Aquiles Córdova Morán
Con motivo del 238 aniversario del natalicio de Simón Bolívar, el presidente de México pronunció un discurso ante los 33 cancilleres de los países latinoamericanos y caribeños, que algunos medios destacaron como una pieza oratoria extraordinaria por su coherencia y propuestas para el futuro de América Latina. Leí con atención la versión escrita y encuentro que, de una parte, contiene, en efecto, planteamientos inobjetables sobre temas de gran actualidad, verdades conocidas y aceptadas desde hace mucho por los países latinoamericanos, pero que nunca había hecho suyas el Gobierno de México.
De otro lado, sin embargo, encuentro planteamientos de importancia mayor quizá para el desarrollo y bienestar de nuestros pueblos, íntimamente zurcidos con los primeros, como tenía que ser, que me resultan bastante más deleznables y discutibles. Hablando con franqueza, los hallo ingenuos, flagrantemente contradictorios o abiertamente falsos, por lo cual debilitan o anulan las tesis plausibles y ponen en duda la sinceridad del orador.
Entre las verdades incuestionables hay dos que deseo destacar. La primera es la relativa a la OEA: “La propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra historia, nuestra realidad y a nuestras identidades. En ese espíritu no debe descartarse la sustitución de la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie (la alusión a los EE. UU. resulta evidente) sino mediador a petición y aceptación de las partes en conflicto en asuntos de derechos humanos y de democracia”. (EL ECONOMISTA, 24 de julio de 2021).
En efecto, es conocida la historia de la OEA como cincho de hierro para conservar, unida y disciplinada, a toda América Latina dentro de la órbita norteamericana y, más tarde, incluso como brazo militar para sofocar los movimientos de insurgencia popular bajo el pretexto de combatir el comunismo y defender la libertad y la democracia. La OEA cobijó golpes de Estado contra gobiernos latinoamericanos legalmente establecidos; colaboró con dictaduras sangrientas como las de Stroessner en Paraguay, Videla en Argentina y Pinochet en Chile y expulsó a Cuba de su seno (con la honrosa excepción de México), argumentando que su sistema era “incompatible con la democracia”. Se ganó a pulso el mote de “ministerio de Colonias” de Norteamérica. Bajo otras formas, hoy sigue siendo esencialmente lo mismo, y es esto lo que le da su importancia y vigencia al planteamiento de López Obrador.
El otro pronunciamiento justo es el relativo a Cuba: “Existe un caso especial, el de Cuba, el país que durante más de medio siglo ha hecho valer su independencia, enfrentando políticamente a los Estados Unidos; podemos estar de acuerdo o no con la Revolución cubana, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento es toda una hazaña”. Y una propuesta: “… por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba merece el premio de la dignidad y esa isla merece ser considerada como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia” (La Jornada de Oriente, 29 de julio de 2021). Nada tengo que agregar a esto, salvo que Cuba no necesita tantos premios simbólicos o medallas al valor como la solidaridad activa y efectiva de los miembros de la CELAC y de todas las naciones soberanas del mundo.
Pero… El portal FOREIGN AFFAIRS Latinoamérica dice: “Lo central de esta pieza oratoria es que el presidente compartió una serie de razonamientos geopolíticos que aluden a una pregunta fundamental: ¿cómo plantear la relación con Estados Unidos en el contexto de la disputa hegemónica entre Beijing y Washington? ¿Qué debe hacer Latinoamérica?” Para los autores del artículo, la respuesta de López Obrador es de una lógica realista, “… según la cual la paz internacional depende de que exista un equilibrio de poder entre las potencias del sistema”. Ese equilibrio corre el riesgo de romperse si la economía norteamericana se debilita más al tiempo que mantiene su superioridad militar, mientras la economía china sigue fortaleciéndose como hasta ahora. Esto aumentaría en EE. UU. la “… tentación de apostar a resolver esta disparidad con el uso de la fuerza”. El resultado sería una guerra en que perderíamos todos, especialmente los países vecinos de ambas potencias.
¿Cómo evitarlo? “Para el presidente mexicano, el conflicto sino-estadounidense podría abrir la puerta a un periodo de cooperación y de entendimiento históricamente singular entre Estados Unidos y América Latina. Ambas partes deberían apostar a un renovado diálogo interamericano dirigido a construir un bloque capaz de fortalecer económica y comercialmente al continente (es decir, a todos sin excepción; ACM) para competir mejor con las regiones más dinámicas, en el mundo. A cambio de conducirse con respeto irrestricto a la autonomía política de los países latinoamericanos y caribeños, Washington podría obtener una colaboración que dificultara el avance de China en la región” (revistafal.com, julio de 2021).
En pocas palabras, López Obrador propone formar un frente único entre América Latina y Estados Unidos para fortalecer la economía norteamericana y, por esa vía, frenar el avance de China en el Continente Americano. Una alianza anti-china y pro-yanqui es la novedad que propone AMLO, a cambio de que Washington se comprometa a respetar la autonomía política de sus vecinos del sur. Lo primero que se antoja preguntar es: ¿Y qué pasaría entonces con la nueva alianza soberana que antes se propuso para reemplazar a la OEA? ¿Es pura cortina de humo para esconder el verdadero objetivo de una entrega al imperialismo más completa y monolítica que la de la OEA? Es verdad que en otra parte del discurso se habla de crecimiento económico y desarrollo del comercio con Estados Unidos, pero nunca se precisa cómo se podrá lograr eso. Se recurre al ejemplo del T-MEC, pero se olvida aclarar que, aunque bajo otro nombre, esta panacea lleva cerca de 30 años en México sin haber dado nada parecido a lo que ofrece AMLO a la CELAC para engatusarla (si se deja).
Si, concediéndole el beneficio de la duda, aceptamos que sus palabras son sinceras, solo queda el recurso de pensar que no conoce a fondo el asunto de que habla; no domina la geopolítica contemporánea ni entiende la verdadera esencia del capitalismo, de la economía basada en la producción de mercancías para maximizar la ganancia del empresario y no para satisfacer las necesidades sociales. Que desconoce el carácter objetivo, necesario, de las leyes que determinan su desarrollo hasta su etapa imperialista actual y le imponen la política neoliberal, precisamente en busca de la máxima ganancia.
En caso contrario, vería fácilmente lo disparatado que resulta proponer alimentar al león para que, ahíto de carne, renuncie a cazar cervatillos y de ese modo garantizará la paz permanente el depredador y su víctima. Se daría cuenta sin esfuerzo que, mientras más fuerte y poderoso se sienta el león, con más energía y arrojo se lanzará sobre su presa, simplemente porque lo obliga su propia naturaleza. Es decir, que mientras más fuerte sea el imperialismo alimentado por América Latina, más cerca estaremos de la guerra. Lenin escribió hace más de un siglo que mientras exista el imperialismo no habrá paz, porque su esencia es la conquista de los débiles. La paz, para él, es solo un respiro que aprovecha para preparar la guerra siguiente. O como alguien dijo de Alejandro: en cada territorio sometido solo ve una nueva frontera que conquistar.
Es ingenuo, pues, creer que la CELAC, guiada por la teoría geopolítica de AMLO, puedan cambiar la naturaleza depredadora del capital; que basta con explicarle la necesidad y las ventajas de una convivencia pacífica y de respeto mutuo con sus vecinos del sur, a cambio de la leal cooperación de estos en su guerra contra China. Creer que es posible convencerlo de que renuncie a su deseo irrefrenable de dominio mundial, rendido ante la elocuencia de las razones de López Obrador. Y el absurdo es mayor cuando habla de “… sumar la fuerza de todos los países del continente americano y así construir un frente común, donde la «primera y fundamental máxima debería ser la de jamás mezclarnos en los embrollos de Europa. La segunda, nunca permitir que Europa se inmiscuya en los asuntos de este lado del Atlántico»” (EL FINANCIERO, 28 de julio). Para fundamentar este despropósito añade otro: cita frases del ideario de Thomas Jefferson y James Monroe, el creador de la frase de «América para los americanos». Ignora que la historia desnudó hace tiempo la hipocresía de Monroe, cuyo verdadero interés no era defender América de la ambición europea, sino dejar sentado su derecho a disponer de todo el continente americano como su coto exclusivo de caza. La soga en casa del ahorcado.
Y hay otro error inmenso en la geopolítica de AMLO cuando equipara a China y EE. UU. como dos imperialismos igualmente voraces que compiten por engullirse al mundo. No ha estudiado la entraña de ambos sistemas y desconoce por eso sus intereses geopolíticos; no ve que China pugna por una sociedad igualitaria y por el bienestar compartido de todos sus ciudadanos, mientras Estados Unidos se desvela por cuidar los intereses de los grandes monopolios transnacionales y garantizar su irracional concentración de la riqueza a costa de la miseria y el hambre de la humanidad. China necesita y defiende un mundo multipolar, con verdadera cooperación internacional; EE. UU. quiere adueñarse de toda la riqueza del planeta en beneficio de sus monopolios. ¿Cuál de las dos potencias resulta el aliado natural de la CELAC soberana que propone AMLO?
En los hechos, pues, AMLO quiere la unidad latinoamericana como instrumento para llevarnos a una integración mayor con el imperio, es decir, a una entrega total de Latinoamérica en manos de quien siempre la ha visto como su patio trasero donde puede hacer lo que le venga en gana, como bien lo sintetizó James Monroe, el héroe “liberal” de AMLO. Así se explican los exagerados elogios de los medios y columnistas partidarios de la globalización y el neoliberalismo. Por otro lado, se escuchan y leen duras críticas a las ayudas enviadas a Cuba y a otros países en problemas con la vacuna anti-Covid-19; y ahora critican y satirizan la asistencia del presidente cubano Miguel Díaz-Canel al bicentenario de nuestra independencia. Estoy en franco desacuerdo con ambos puntos de vista y por eso decidí dar mi modesta opinión.
La solidaridad fraterna y efectiva con nuestros hermanos y vecinos que la necesitan son inobjetables y dignas de aplauso en sí mismas. El problema nace en otro lado: en la incongruencia (una más) del presidente, que parece haber olvidado su slogan de campaña: “La mejor política exterior es la política interior”. Pero aquí su generosidad exterior se da de bofetadas con el abandono y la irresponsabilidad con que atiende idénticas necesidades de los mexicanos menos favorecidos, y es de aquí que brotan las merecidas críticas al presidente. Pero, ¿qué culpa tienen de eso Cuba y el presidente Díaz-Canel? ¿Quién puede reprocharles aceptar y agradecer la ayuda de México en medio de un mundo hostil e insensible, sometido a la voluntad del imperio? Para entenderlo así, basta que las personas bienintencionadas se pongan por un momento en los zapatos de los hermanos cubanos. Por eso, ¡bienvenido a México, presidente Díaz!
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